UN NEGRO EN LA CÁRCEL TOCANDO BLUES

Esbozos de mi autobiografía musical
Por James Delgado
Doctorado en Didáctica y Conciencia Histórica
IPECAL
Estaba fugado del colegio, como era habitual en mí, en la sala de música del Banco de la República al finalizar la tarde, cuando vi en vídeo a un negro en la cárcel tocando blues. Tenía yo 16 años, ó sea, era el año 1988, estaba en décimo. Me impresionó como una sola guitarra acústica y una voz podían sonar con la fuerza de toda una banda de rock. Se me quedó tatuado ese gesto de marcar decididamente el pulso con el pie sobre una pequeña tarima de madera. 

Fue así que se rompió en mí la técnica tradicional sin todavía comenzar, que entre otras cosas, evitaba este sonido del pie, cuya función era sostener la base rítmica de una interpretación guitarrística en el blues. También se rompió en mi la forma tradicional de tocar guitarra, aprendiendo a integrar armónicamente a través del deseo de expresión, muchos errores interpretativos en el sonido general. Y que decir de la voz, gruesa, desgastada, “traqueteada” como decíamos en las calles de Manizales, aguardientosa, super emocional. 

Me vino a la mente la imagen de los tríos de cuerdas que se paseaban por las noches de bar en bar, sus voces, sus estilos, sus vidas, para mí el blues estuvo presente en ellos. En nuestros vagabundeos nocturnos varias veces compartimos. También se me pasó por la cabeza el alcoholismo de mi Padrastro, su música de carrilera, los carranchiles como le decían en la casa. Todo esto me pareció blues. Y por supuesto, no lograba diferenciar el blues como expresión, del blues como autoflagelo. Algo así como no diferenciar entre ser una víctima y un autovictimario, esta última muy de la mano con el capitalismo, que se niega a los cierres simbólicos que permiten a la víctima dejar de serlo. 

Lo primero que vi fue la contradicción entre la fealdad del encierro tras barrotes, y la belleza de la música. Nunca más pude dejar de sentirme atraído por la belleza en condiciones contrarias. Como un pájaro en una jaula, su tragedia. Una injusticia social sin duda, porque no se trata de los crímenes que cometieron, sino de la situación de las cárceles como institutos de reinserción social. Pero esta contradicción era prácticamente mi vida también y sigue siéndolo: la contradicción en la integración de lo feo y lo bello. La cuadra, la esquina, los pasajes y el barrio. Los bares y las discotecas. Las casas de los amigos. Los bajos, los sótanos, los áticos, los solares, los garajes, los patios traseros, los saguanes, las ventanas, las habitaciones del fondo, los andenes y las puertas, los techos, los barrancos, las mangas, los peladeros, las cañadas, los voladeros, las volquetas que cuadraban en la cuadra, los carros viejos que reparaban los mecánicos, el río, la montaña, los termales. La niebla y la neblina. El hielo y la nieve. La lluvia. 

Hace poco ví un video (pero ya no en VHS en 1988, sino en Internet en el 2025, en un “short” como le dicen, un video muy corto, que por cierto es una de las formas más efectivas en que capturan la atención de la gente hoy) donde el pensador psicodélico Terence McKenna se refería a la situación actual de la humanidad como un “Incendio en el Manicomio”. Confiesa además que los hongos mágicos le dijeron que esta es la señal de cuando una especie está lista para viajar a las estrellas, para pasar a otro nivel. Cuando ví el video del “negro en la cárcel tocando blues” percibí la primera parte del Incendio en el Manicomio, pero no la segunda de la trascendencia de la humanidad. 

Anoche (18/11/2025) compuse una canción que llamé Papa Blues. Primero comencé jugando con la idea de “Tienes que venir.... Te estoy esperando”. Pensé en mi primer sobrino que está creciendo en la barriguita de mi hermana Etna gracias a la Fecundación Invitro, pero el ritmo con la guitarra afinada en Re y con la sexta cuerda en Do, sumado a mi “cadencia” (recuerdo a Teto con esta palabra) me trajo rápidamente a una invocación más oscura y entonces canté Papa Blues. Canté que “anoche dormí en la calles... te estaba buscando. Con tu guitarra partida que es tu señal. Con tu guitarra herida que es toda tu vida. Papa Bluuuuuuuuuuuuues.” Y al hacerlo, tuve de repente ese famoso temblor que produce la alteridad, ese sismo interior, la descarga de tambores en el corazón. Dude en seguir cantando esta canción porque estaba invocando también los bluseros autovictimarios, de los que de hecho tomé distancia para no morir en la decadencia. Pero, me calme, me detuve, seguí cantando y al mismo tiempo tomando distancia. La canción sobrevivió y me gusta, pero me hace pensar también en la necesidad de la crítica, de la problematización. 

Finalmente por ahora, redondeando este primer esbozo autobiográfico con relación a la imagen de “un negro en cárcel tocando blues” recordé igualmente un canal de televisión de finales de los 90, “Infinito” que tenía un pauta publicitaria donde un sujeto en el manicomio decía “podrán atrapar mi cuerpo pero nunca mi alma”. Relaciono esto también con la postura del asesino en serie Charles Mason. 

NOTA: Esto, muestra como los nuevos medios de comunicación comenzaron a introducirse en mi percepción y la de todos, y la inmensa necesidad de estar alertas a través de las prácticas creativas comunitarias. 

Cierro aquí lo que apenas comienza.

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